Durante los últimos 30 años de su vida, Claude Monet, el más francés de los pintores, pintó 48 cuadros con nenúfares en Giverny, Normandía, a poco más de una hora de París. Una de sus series favoritas, integrada por ocho telas recién terminadas, la donó al Estado al terminar la Primera Guerra Mundial. Lo hizo escribiendo a su amigo, el primer ministro George Clemenceau, el mismo día en que los Aliados anunciaron su victoria. Era su testamento espiritual cuando estaba perdiendo la vista y juntos eligieron ese viejo edificio de 1852, L Orangerie, para exhibirlas. El artista no llegó a ver la inauguración en 1927 porque murió un año antes. Todavía se mantenía el cielo raso de cristal del invernadero y el lugar se fue convirtiendo en un sitio de peregrinaje y se la consideró la Capilla Sixtina del impresionismo.
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